Otra luchaEl final de la lucha by José Mallorquí

Otra luchaEl final de la lucha by José Mallorquí

autor:José Mallorquí [Mallorquí, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras
publicado: 1944-12-31T22:00:00+00:00


Capítulo I

Luis Borraleda dejóse caer en el sillón, frente a su mesa de trabajo, y escondió el rostro entre las manos. Acababa de regresar de San Francisco y aún no había conseguido borrar de sus ojos la terrible visión del crimen de que habían querido hacerle responsable. No podía creer que existiesen en el mundo seres capaces de asesinar a una mujer con el único objeto de hundir a un rival político.

—De no haber sido por El Coyote…

Una y otra vez repetíase estas palabras y su imaginación le mostraba claramente lo que habría sido de él de no intervenir tan oportunamente el enmascarado.

En este momento abrióse la puerta del despacho y don César de Echagüe entró en la estancia, ahogando un bostezo.

—¿Qué tal, amigo Borraleda? —Saludó, tendiendo la mano al dueño de la casa—. Me ha advertido el criado que acababa usted de llegar…

—Sí. Hemos venido en el expreso de San Francisco —replicó Borraleda—. Me han dicho, hace un rato, que llegó usted ayer y que aún no se había levantado.

—Es verdad. Sacramento posee unas condiciones maravillosas para el sueño. En ningún lugar del mundo duermo tan bien como aquí. Anoche anduve buscando otro alojamiento; luego, al fin, volví a su casa. ¿Qué tal fue la inauguración de la ópera?

—Muy… bien —replicó Borraleda, tratando de parecer interesado en lo que se le preguntaba, cuando, en realidad, su imaginación estaba muy lejos de la ópera y de cuanto en ella ocurrió.

—¿Se divirtió Isabel? —continuó preguntando don César.

—Sí… mucho. Le gustó mucho.

—Yo debí haber ido; pero me disgusta tener que saludar continuamente a personas a quienes no recuerdo haber visto nunca y que, sin embargo, me dirigen sonrisas como si estuviesen convencidas de que yo las debía recordar.

—Comprendo… es muy desagradable.

—Parece usted cansado —siguió César, como si no advirtiese los evidentes deseos del dueño de la casa de quedarse solo.

—Un poco —replicó Borraleda—. El viaje hasta Sacramento es muy pesado.

—¿Ocurrió algo interesante? —preguntó César, sentándose en un sillón.

—Mataron a…

—¿A quién? —preguntó César, sonriendo ante la brusca interrupción de su interlocutor.

—A… a una mujer. A la dueña de una casa de juego… Y luego el público linchó a sus asesinos.

—Vivimos una época de violencias —suspiró César—. Algún día nuestros nietos se asombrarán de las cosas que ocurrieron en California… Y hasta puede que lamenten no haber vivido en tan interesantes tiempos. En cambio, yo preferiría haber nacido unos años más tarde…

—Don César —interrumpió Borraleda, que durante los últimos segundos no había prestado la menor atención a lo que decía su huésped—. Quisiera hacerle una pregunta.

—Usted dirá. ¿De qué se trata?

—¿Conoce al Coyote?

—¡Por Dios! ¿Otra vez El Coyote? ¿Le anda usted buscando?

—¿No le conoce?

—Pues… la verdad es que no le conozco personalmente. Le he visto varias veces, conozco muchas de sus hazañas o lo que sean; pero, aunque le debo algunos favores y algunas molestias, nunca he tenido el gusto de tratarle íntimamente.

—¿Le considera un bandido o un hombre de bien?

Don César hizo un gesto vago.

—No tengo grandes quejas de su comportamiento conmigo; creo



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